La poesía toca con sus alas lo más pequeño, lo más excelso, toca el dolor y la alegría.

Nos pega a la tierra, a los seres vivos, nos eleva y transporta a otra dimensión.

03 diciembre 2011

Cuando amanece

La inquietante etapa de la adolescencia es el amanecer de la persona  adulta, cuando la luz desbordada es cegadora, llegados a la madurez, la luz es más cálida y serena.

Cuando amanece
en tu rostro muestras
la inquietud del alba,
el sable afilado de la luz
que todo lo indaga, 
el ansia de alcanzar
la hora del mediodía
y recorrer el horizonte que bosteza.

Pero yo ya tengo la tarde
reposando sobre mi espalda,
la hora serena en que todo sestea.
Y no me interrogo
por qué una mariposa rota
lleva las alas cargadas de polvo de estrellas.

Ni por qué la piedra del río
escribe su historia en la orilla
del mundo que la ignora.

Ni dónde va el ave
que dibuja su sombra sobre la hierba,
sobre el mar y sobre ese niño
que intenta tocarla.

Sólo quiero permanecer despierta
cuando la tormenta recorra
la noche temerosa,
herida de luz.

Ya sólo recojo silencio
que gota a gota roza mis labios
áridos, sedientos.  
Ya sólo contemplo
la esencia viva que late.

Y la brisa de la tarde
me acompaña
por la vereda azul
que aún no he pisado.