Poema escrito en 2004,  la guerra que lo inspiró era otra, o quizá sea la misma. El terrible dolor de las personas que la sufren y que han perdido a sus seres queridos, es el mismo dolor en cualquier guerra. 
Las madres traen sus manos
repletas de muertos. 
En el acíbar de sus lágrimas 
el rostro de su sangre, 
en su boca, sin cansancio 
y sin olvido, el nombre de sus hijos.
No puedo cantar. 
No puedo cantar. 
Bajo el imperio de los espejos 
se amontonan las víctimas, 
sobre el bosque de sus cuerpos 
se yerguen los pilares 
donde siempre se festeja. 
No puedo cantar. 
No puedo cantar. 
Siempre. Siempre 
el reino antiguo 
de la misma muerte. 
Los gusanos de la avaricia 
devoran inocentes sin boca, 
mientras el resto, sin preguntas,
baila sobre su propia tumba
adorando estrellas inexistentes 
dibujadas en el suelo por los hombres. 
No puedo cantar.
No puedo cantar.

