Mil mariposas, con sus alas, 
colman de besos las mejillas de la tarde 
y la tarde, 
ante semejante ternura, 
se deja besar 
pero ignora la lluvia ácida que se avecina. 
En la encrucijada de la calle 
su luz imprevista ilumina la realidad ingrata, 
espada de fuego 
que sella las puertas del paraíso 
donde ya no se puede volver. 
Te dirán 
que las alas de mariposa no dejan huella, 
mientras el reloj avanza 
con pasos de gigante, nadie le detiene. 
Ahora, sé que buscarás 
en las paredes en blanco 
las mariposas que grabaron 
con el cincel de sus alas 
garabatos en la cordura.
Y el reloj 
que baja la calle cargado de reliquias 
se desconcierta en el tiempo.

 
