La poesía toca con sus alas lo más pequeño, lo más excelso, toca el dolor y la alegría.

Nos pega a la tierra, a los seres vivos, nos eleva y transporta a otra dimensión.

16 diciembre 2009

A una desconocida soledad

A una muchacha hundida en un portal, una mañana fría de invierno, después de una noche de quién sabe cuánta miseria.

 
No sé si tú buscas un cometa
en tu cielo de estrellas de neón.
No sé si tu luna puede ahuyentar
las sombras que te persiguen.

El sol ciega tus ojos
que reniegan de su luz y se ocultan,
te daña
como a criaturas habitantes de la noche.

Yo desde mi balcón miro al cielo,
lo veo poblado de bendiciones luminosas,
mientras tú dormitas
en la penumbra que te ciega.

Probablemente un foco de resplandores
o un sol amargo eclipsa tu luna llena
y yo, pobre de mí, no puedo apartarlo
para mostrarte tu propia luz.
Sin embargo, una brizna de tu soledad
se me clavó en el alma
aquella mañana clara de invierno
que te vi al pasar, escultura hundida en un portal.
¿Cómo llegaré hasta ti
si no tengo la llave
para cruzar la puerta de tu mundo
y tengo miedo?

Pero otra brizna, parte de mi alma,
se quedó contigo,
te acompañará siempre,
probablemente contigo se hunda,
quizá te ayude a levantarte.