La poesía toca con sus alas lo más pequeño, lo más excelso, toca el dolor y la alegría.

Nos pega a la tierra, a los seres vivos, nos eleva y transporta a otra dimensión.

24 marzo 2012

Los pasos del hombre

A veces, ante noticias de desdichas provocadas por el ser humano a su prójimo, me pregunto si, después de transitar por la historia, los pasos del hombre no han aprendido nada.


Por el largo camino de siglos
fueron los pies cubiertos de pieles,
calzados de pobres sandalias,
o luciendo zapatos de reyes.
Conquistaron imperios antiguos
con perfumes, incienso, fieles,
cautivos ¿no aprendieron nada?

Sangraron heridas de hielo,
vadeando nieblas y pantanos,
besaron las cumbres más altas
arrastrando cadenas de esclavos.

Habitaron ardientes desiertos,
con sus alas la luna pisaron
¡tan blanca! ¿no aprendieron nada?

Descubrieron tierras de promesas
generosas en todos sus bienes,
arrancáronle al mar sus escamas.

Subastados por los mercaderes
fueron carne marcada entre rejas,
otro tiempo al son de cascabeles
sus danzas, ¿no aprendieron nada?

A los pasos, también en presente,
sus iguales a filo de espada
descubren cuestiones ocultas
y brindan con sangre inocente
esgrimiendo su falsa cordura
estudiada, ¿No aprendieron nada, nada?

11 marzo 2012

Estos son mis muertos

Reitero mi homenaje a las víctimas de los atentados terroristas 
del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Que el poema que entonces 
escribí, en honor a estas víctimas, sirva igualmente de homenaje 
todas las víctimas de cualquier clase de violencia, sea cual fuere 
el tiempo y el lugar del mundo en el que la sufren.

Estos son mis muertos.
Son mis muertos y me duelen
porque son de mi casa y son cercanos,
son los mismos muertos por los que lloré otra vez.

De mi pueblo o lejanos,
los mismos muertos siempre, siempre.
Los que cargan sobre los hombros
la enorme cruz de su pan
los que, con el sudor de su frente,
riegan las flores que iluminan a sus hijos
y labran, con el cansancio de sus manos,
el árido camino hasta su casa.

Éstos son mis muertos,
los mismos que mueren de hambre
ante las puertas cerradas
donde se pudre la abundancia.
Son los mismos muertos que lloré.
Los mismos, bajo idénticas bombas
de metralla o de mentiras
que arrasan sus refugios de barro
y apagan todas sus estrellas.

Son mis muertos todos,
pacíficos, inocentes, 
crédulos, confiados,
víctimas de eternos verdugos 
laureados de púrpura
cuyo pulgar oscila, 
ora alzado, ora vencido
entre el poder, el odio y la venganza.

Éstos son mis muertos y me duelen
porque son de mi casa,
los mismos muertos por los que lloré otra vez.