Nos cobijamos en refugios excesivamente cálidos. Quizá sea conveniente vivir un poco más a la intemperie para que resuciten nuestros sentidos.
 Qué frescor ahora 
después de vagar mil noches 
por las horas de un reloj asfáltico. 
Qué frescor aquí
junto a los olivos tiernos, 
junto a los tiernos álamos. 
Aquí, a la orilla de senderos
escritos de lluvia y huella, 
junto a las flores temblorosas, 
erizadas de frío, 
mendigas de un sol de invierno. 
Mejor aquí, lejos,
de aquel impersonal dominio. 
Mejor, a la intemperie agria de la vida 
que vivir al abrigo 
de un retazo artificial del cielo.

