La noche murió aquí. 
La encontraron acribillada 
a balazos de Electra 
y a ráfagas de neón 
al atardecer de un día cualquiera, 
hace muchas décadas.
Desde entonces su cadáver 
es horadado por proyectiles lumínicos 
para asegurar que su serena penumbra 
no recobra la seda negra de su manto.
En sus dominios brillaba 
la auténtica luz. 
Millones de soles 
bajo el incendio de su sudario, 
viven. 
