Amargas estrellas metálicas
llueven en la esclava quietud de la noche.
La tierra escupe
ascuas de odio hacia el cielo.
Mientras, una paloma oscura
guarda el equilibrio,
enferma ante el abismo tenebroso.
Y otra vez caminamos perdidos
entre las telarañas de la venganza.
Al acecho está el arácnido
de la auténtica muerte.
Caín, Caín.
¡Ay! Que no debemos vengar
la sangre derramada.