A una muchacha hundida en un portal, una mañana fría de invierno, después de una noche de quién sabe cuánta miseria.
No sé si tú buscas un cometa 
en tu cielo de estrellas de neón. 
No sé si tu luna puede ahuyentar 
las sombras que te persiguen. 
El sol ciega tus ojos 
que reniegan de su luz y se ocultan, 
te daña 
como a criaturas habitantes de la noche. 
Yo desde mi balcón miro al cielo, 
lo veo poblado de bendiciones luminosas,
mientras tú dormitas 
en la penumbra que te ciega. 
Probablemente un foco de resplandores
o un sol amargo eclipsa tu luna llena 
y yo, pobre de mí, no puedo apartarlo 
para mostrarte tu propia luz. 
Sin embargo, una brizna de tu soledad 
se me clavó en el alma 
aquella mañana clara de invierno 
que te vi al pasar, escultura hundida en un portal.
¿Cómo llegaré hasta ti 
si no tengo la llave 
para cruzar la puerta de tu mundo 
y tengo miedo?
Pero otra brizna, parte de mi alma, 
se quedó contigo, 
te acompañará siempre, 
probablemente contigo se hunda, 
quizá te ayude a levantarte.