Reitero mi homenaje a las víctimas de los atentados terroristas
del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Que el poema que entonces
escribí, en honor a estas víctimas, sirva igualmente de homenaje a
todas las víctimas de cualquier clase de violencia, sea cual fuere
el tiempo y el lugar del mundo en el que la sufren.
del 11 de marzo de 2004 en Madrid. Que el poema que entonces
escribí, en honor a estas víctimas, sirva igualmente de homenaje a
todas las víctimas de cualquier clase de violencia, sea cual fuere
el tiempo y el lugar del mundo en el que la sufren.
Estos son mis muertos.
Son mis muertos y me duelen
porque son de mi casa y son cercanos,
son los mismos muertos por los que lloré otra vez.
Son mis muertos y me duelen
porque son de mi casa y son cercanos,
son los mismos muertos por los que lloré otra vez.
De mi pueblo o lejanos,
los mismos muertos siempre, siempre.
Los que cargan sobre los hombros
la enorme cruz de su pan
los que, con el sudor de su frente,
riegan las flores que iluminan a sus hijos
y labran, con el cansancio de sus manos,
el árido camino hasta su casa.
Éstos son mis muertos,
los mismos que mueren de hambre
ante las puertas cerradas
donde se pudre la abundancia.
Son los mismos muertos que lloré.
Los mismos, bajo idénticas bombas
de metralla o de mentiras
que arrasan sus refugios de barro
y apagan todas sus estrellas.
Son mis muertos todos,
pacíficos, inocentes,
crédulos, confiados,
víctimas de eternos verdugos
laureados de púrpura
cuyo pulgar oscila,
ora alzado, ora vencido
entre el poder, el odio y la venganza.
Éstos son mis muertos y me duelen
porque son de mi casa,
los mismos muertos por los que lloré otra vez.