Siempre tú.
Tu imperio se retrae, al expandirse de nuevo,
amplía su circunferencia.
Tu manto cada vez más se enriquece
con el fulgor escarlata de la gloria.
Tientas al hombre con tu becerro de oro.
Los pastores de los grandes rebaños
se rinden a tu influjo.
Tus enemigos, para ocupar tu lugar,
recurren a las mismas armas, las que tú les regalaste.
Mientras,
siguen desplomándose en las canteras
como troncos abatidos
bajo el brazo de tu hacha blasfema e implacable.
Otras hienas como tú acechan tu cetro,
tu imperio y tu corona.